Éste era un joven muy simple y pobre, no tenía nada para comer ni tampoco sabía leer o escribir, mucho menos tenía un nombre como tal.
Vivía vagando y pidiendo limosnas, pero un día en sus caminos de vagancia, percibió un aroma que inmediatamente abrió su apetito, dónde emanaba este delicioso aroma. Así, en su forma y tono desesperado de tocar la puerta, un monje budista abrió la puerta con recelo y le observó:
-¿en qué le puedo ayudar, hermano? -dijo el monje
-Señor, no tengo hogar ni moneda alguna, ni mucho menos he probado alimento alguno en dos días, ayúdeme por favor.
El monje se quedó pensando un momento y le dijo:
-Está bien,pasa hermano, en un momento te traigo un poco de pan y frutos frescos del huerto. Así, el monje volvió con el pan recién horneado que emanaba tal aroma y frutos. El humilde hombre dijo:
-Gracias, buen hombre. Es usted un santo, me gustaría quedarme a ayudarles y así tener un pedazo de pan diario. Haré lo que sea, lo suplico.
El Monje lo pensó, fue a hablar con el maestro y regresó con el maestro a presentarle el hombre humilde. El maestro lo observó y dijo:
-Veo que eres un hombre humilde pero de buen corazón, te acepto en mi monasterio, pero deberás trabajar todos los días en lo que yo te diga
-Sí, maestro. ¿le puedo llamar así? Prometo hacer lo que usted me diga, a cambio de un pedazo de pan, agua y un rincón con paja
Así, el maestro se fue a una habitación y sacó de ella una escoba. Se la extendió al humilde hombre y él la tomó.
-Te encargo que barras el monasterio y sus patios, todos los días, que siempre quede limpio de polvo pues los vientos lo ensucian seguido.
-Así será, maestro.
El hombre entonces comenzó a barrer inmediatamente con la energía de joven que tenía.
Así pasaron las semanas, los meses y años, el joven simple se afanó en barrer con esmero el monasterio durante todos los días de su vida. Si llovía, nevaba, con calor y viento, en enfermedad o cansado, el joven simple no dejó nunca de barrer con su escoba y esmero el monasterio. Nunca antes estuvo tan limpio el monasterio.
Un día, el maestro percibió en "el monje de la escoba" como si algo emanara de él. Vio algo en lo que antes no había reparado, acostumbrado como estaba de verlo diario por años,casi formando parte del paisaje del monasterio, se acercó a él, lo invitó a dejar la escoba un momento y le propuso algunas preguntas de contenido espiritual.
Minutos después, el maestro unió las manos sobre su pecho y se inclinó ante el humilde monje, con una profunda reverencia dijo:
-He descubierto a un iluminado.
El maestro, asombrado le preguntó al monje humilde:
-¿Cómo lograste este estado? Tu no has recibido la enseñanza de maestros, ni has leído las escrituras antiguas. Tampoco has meditado por largas horas junto a los demás monjes, solamente te has dedicado a barrer el monasterio todos los días, mañana y tarde.
El monje escoba entonces contestó:
- Dices bien, querido maestro. Pero mi mejor maestro ha sido la escoba que me diste tu hace muchos años, que me mostró el valor del silencio, de la unidad y del servicio. Mis escrituras han sido el polvo seco del verano, las hojas de otoño, las lluvias de primavera y la nieve del invierno. Y mi meditación ha estado siempre presente en la intención de barrer lo mejor que he sabido y he podido para comer.
Así, con estas palabras, el maestro se retiró en silencio, y el monje humilde continuó barriendo con su escoba.
0 comentarios :
Publicar un comentario